sábado, 25 de diciembre de 2010

miércoles, 22 de diciembre de 2010

A proposito de TRON: LEGACY

Por norma, suelo evitar la nostalgia, ese sentimiento malicioso que todo lo embellece y todo lo deforma en nuestros recuerdos. Primero por que nos hace creer que todo fue mejor de lo que realmente fue, y segundo por que es la prueba maliciosa de que nos vamos haciendo viejos; del implacable paso del tiempo sobre nuestro organismo y que cualquier tiempo pasado jamás volverá.
Por eso el cine se ha vuelto una inconsciente máquina del tiempo. Un anhelo emocional que evoca cosas como: Yo hice aquello, yo estuve allí… ¿Y que es la cinefilia sino una constante masturbación emocional de aquellos tiempos pasados que todos vivimos o creímos vivir alguna vez?.
Yo tenía ocho años en 1982, había llorado a moco tendido viendo E.T. ( ¿y quien no lo hizo? ), pasaba unos días de vacaciones, y ante el miserable panorama de una tarde aburrida, mi tío nos llevó al cine a ver una película elegida al azar. Así descubrí TRON, insólito producto de la factoría Disney con diseños futuristas del gran Jean Giraud Moebius y Syd Mead que me dejó alucinado a todos los niveles.
Por que en 1982 los efectos digitales eran una novedad absoluta, los videojuegos de Atari irrumpían en el mercado y los teclados Spectrum se abrían camino. Todavía faltaba la salida al mercado de la novela Neuromante de William Gibson para que conociésemos términos como ciberpunk o ciberespacio. TRON se adelantó a su tiempo y pagó cara la apuesta de una inversión de 18 millones de dólares, hoy pura calderilla, pero demasiada pasta en aquel lejano 82, y más para unos tipos tan codiciosos como la corporación Disney.
Pero el tiempo lo pone todo en sus sitio y las videoconsolas y la generación playstation
elevaron los efectos digitales y de animación del primer TRON, a unos artesanales trucos ilusorios dignos del pionero de comienzos del siglo XX George Melies, siendo a día de hoy la obra más recordada de su realizador; Steven Lisberger, juguete roto a partir de entonces e inactivo forzoso desde Slipstream (89).
Es verdad que hoy cualquiera con un mac o un PC crearía trucos visuales más espectaculares que todo lo visto en el primer TRON, y ahí radica el principal problema de su remake / secuela TRON: LEGACY. Ahora los efectos digitales están al alcance de cualquiera y la inocencia que poseían los añejos trucos del primer TRON se ha visto totalmente superada por la brutal revolución informática que hemos sufrido a lo largo de 28 años. La última generación nació con un portátil bajo el brazo y ya no se sorprende con nada. La inocencia de los primeros gráficos computerizados, hace tiempo que se perdió.
Al shock visual que supuso AVATAR, le seguirán una legión de productos dispuestos a superarla a toda costa. A crear el más difícil todavía, a rejuvenecer la cara de Jeff Bridges para empanar al personal, aunque simular digitalmente a un ser humano sigue siendo utópico de momento y la operación “cante” a falsete por muchos millones de dólares (entre 170 y 200) que haya de por medio. Lisberger se limita a ejercer de productor y el debutante Joseph Kosinsky toma las riendas con más corrección que brillantez, por que (¡ay!) TRON: LEGACY, se apoya sobre pies de barro; es decir, un guión mediocre (firmado a cuatro manos por Eddy Kitsis y Adam Horowitz) que se limita a ser un púding de guiños cinéfilos a Star Wars , Matrix, y otras fuentes harto reconocibles en esa odiosa moda del topicazo apto a todas las edades y de fácil digestión. Tan fácil que no te provoca ninguna emoción digna de ser recordada. ¿Y que es lo que importa?, su impactante envoltorio en forma de brillante diseño de producción de Darren Gilford, eso sí, directamente inspirado en la cinta original y los efectos digitales de la compañía de James Cameron: Digital Domain, principal competencia de la ILM de Lucas.
John Lasseter hubiera hecho maravillas con la odisea de un hijo resentido en busca de su padre perdido en un mundo informático, pero PIXAR no cogió las riendas de este proyecto como debió haber sido, donde no se sabe a ciencia cierta quienes son los reyes de la función… No son ni Jeff Bridges en su doble papel de Kevin Flynn y su avatar malvado Clu (Dr. Jeckyl y Mr. Hyde, ¿ les suena de algo? ). Ni su rebelde hijo Sam Flynn (Garret Hedlund) defensor radical del software libre ( ¿una pose fácil de cara a una corporación tan puritana como la Disney ? ) en plan rebelde anti-sistema apto para todos los públicos, en un intento algo infantil de ganarse a la generación Hacker . Ni la preciosa Olivia Wilde como la programa/ guardaespaldas Quorra, ni un desaprovechado Michael Sheen como un maestro de ceremonias a lo CABARET.
Son quizá los franceses DAFT PUNK con sus teclados a sintetizador ochentero y sus mascaras high tech, los reyes de la función en una primera hora que evoca lo mejor del original: los combates de lanzamiento de disco y las motos de estela de luz. Para revelar sus debilidades en la segunda parte de su metraje (guión superficial hasta lo infantil, personajes de cartón piedra sin profundidad alguna, situaciones desaprovechadas , resueltas de un plumazo, y final adivinable a más no poder).
La ambición por llegar al máximo de espectadores hace que la pasión de Sam y Quorra nunca se consuma (aquí no hay beso); nunca sabemos nada de los programas exterminados en masa por Clu, en una alusión superficial a los genocidios, ni de ese presunto grupo de resistencia a lo Matrix, que aparece y desaparece sin mayor explicación y mucho menos de ese aire Nazi que se gasta Clu y su prole. No pasan de simples guiños que podrían haber dado mucho más de sí.
Pero lo peor que le puede pasar a TRON: LEGACY es que se quede obsoleta a nivel digital con más rapidez que su modelo original. La tecnología informática avanza constantemente y está al alcance de cualquiera. Los efectos digitales ya no sorprenden como lo hacían los viejos trucos de raíz artesanal, todo parece demasiado fácil y la sensación de comida rápida que suelen producir las superproducciones actuales ya no producen ese culto de antaño. Todo se consume rápido y se olvida sin remordimiento, por que no hay pasión, y aquella inocencia de hace años, que nos producía la ilusión de descubrir algo nuevo cada vez que entrábamos a una sala de cine, se ha perdido. Eso sí, siempre hay excepciones, pero TRON: LEGACY no es una de ellas.